Dios se
manifiesta y habla a la humanidad en esta obra del escritor italiano Giovanni
Papini.
Es una narración atea que nos presenta un Dios profundamente
melancólico, aburrido y desesperanzado. En poco más de 100 hojas, el
omnipresente nos habla de los orígenes de la creación y la finalidad de la
existencia; asociados al hastío de su perfección. Creados miserables para ser
víctimas en un mundo de sufrimiento, las criaturas humadas deben propender a la
destrucción del mundo para liberarse y liberar a Dios. ¿Quién creo a quién?
La banda Enigma con su excelente tema Sadeness, para acompañar la lectura:
El narrador de
este texto, es el absoluto, el inherente, el perfecto. Uno por uno va
derribando los mitos de las tradiciones monoteístas. Nadie jamás entendió a
Dios, todos fueron necios que hablaron en su nombre, más no tuvieron su gracia
ni su beneplácito. La creación fue su pecado, el rebajarse: lo ideal convertido
en real: lo perfecto vuelto imperfecto. La creación no es una bendición, es un
pecado, y el mundo no es un lugar de gozo; más bien, es un eterno pecado. Dios
no ama a los hombres, a lo mucho les tiene piedad. La historia de Jesús es una
mentira absoluta.
Este es un Dios taciturno, angustiado por no tener origen ni final. La omnipotencia ha producido su saciedad, su “sufrimiento”. Recomienda a los hombres olvidarse de todo tipo de placer y renunciar a la alegría, porque solo el dolor podrá curtirlo para su verdadero propósito. Los teólogos, creyentes y adoradores son repudiados. El ser supremo aborrece las religiones y a sus practicantes: se creen mejores que los demás, se precian de entenderlo y de ser caritativos. Su culto divino, no es más que una máscara sacrílega para complacer a vuestro orgullo. Sus ritos son ejercicios de vanidad “mi espíritu está lejos de vosotros y el vuestro está lejos de mí”. De entre los hombres y mujeres prefiere a los que lo buscan sin encontrarlo, “a los que no creen en mi pero quisieran creer; a los que no me hospedan en su corazón, pero que no saben vivir sin mí”
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